Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿ Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo? Fernando Pessoa (1888-1935) Poeta portugués.
Hoy es

lunes, 28 de mayo de 2007

Caminante no hay Camino.

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.



Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.



Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...


Nunca perseguí la gloria.


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.


Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.


Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."


Golpe a golpe, verso a verso...


Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.



Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso.

Poemas de Antonio Machado
Poemas del Alma

viernes, 25 de mayo de 2007

Llama el Océano.



No voy al mar en este ancho verano
cubierto de calor, no voy más lejos
de los muros, las puertas y las grietas
que circundan las vidas y mi vida.


En qué distancia, frente a cuál ventana,
en qué estación de trenes
dejé olvidado el mar y allí quedamos,
yo dando las espaldas a lo que amo
mientras allá seguía la batalla
de blanco y verde y piedra y centelleo.


Así fue, así parece que así fue:
cambian las vidas, y el que va muriendo
no sabe que esa parte de la vida,
esa nota mayor, esa abundancia
de cólera y fulgor quedaron lejos,
te fueron ciegamente cercenadas.


No, yo me niego al mar desconocido,
muerto, rodeado de ciudades tristes,
mar cuyas olas no saben matar,
ni cargarse de sal y de sonido:
Yo quiero el mío mar, la artillería
del océano golpeando las orillas,
aquel derrumbe insigne de turquesas,
la espuma donde muere el poderío.


No salgo al mar este verano: estoy
encerrado, enterrado, y a lo largo
del túnel que me lleva prisionero
oigo remotamente un trueno verde,
un cataclismo de botellas rotas,
un susurro de sal y de agonía.


Es el libertador. Es el océano,
lejos, allá, en mi patria, que me espera.


Poemas de Pablo Neruda
Poemas del Alma

martes, 22 de mayo de 2007

vivir su libertad


Dedicado a las magníficas mujeres del mundo.


Lo hizo por negarse a consentir una vida llena de imposiciones y castigos, y porque, pese a ser todavía joven, no recordaba de su infancia y su corto pasado más que un suplicio de trabajo y malos tratos.

Lo hizo porque cuando divisó una brecha de esperanza y se introdujo en ella con apenas quince años. Esa brecha quedó grabada en su carne con sangre para siempre como un vergonzoso recordatorio de su despreciable condición.
Buscó aquel amor del que tan bien y tan encendidamente le hablaban los poemas de Rabindranath Tagore, pero sólo encontró un eterno y solitario barranco sin fondo en el que se perdían, vanas, las promesas.
Encerrada en su prisión de barrotes de oro sufrió latigazos de crueldad, doblegada por su marido, quien no conocía más límites que los de la insidia y el odio. Él se mofó de ella, y como si fuera una ramera, llevó a su hogar a otras mujeres con quienes hizo el amor en la estancia de al lado; para que fuera testigo de sus jadeos de placer.
Lo hizo porque las ratas no son dignas de vivir en el mismo plano que seres humanos sensibles, y es menester limpiar la escoria. Pero sobre todo lo hizo y se alegró, por proteger a sus retoños de la mano cruel del hombre vehemente.
Lo hizo amparada en la oscuridad de la noche, donde el reflejo de la luna en la afilada hoja de la daga representó un destello de fe y renovada esperanza. Cubrió sus manos con sangre, dio muerte y castró al macho endemoniado, para que jamás hallara descendencia.
Al huir sus pies rozaban el suelo del mundo y lo eternizaron. Alcanzó un cruce de caminos; ante ella se extendían amplias y rectas veredas. Acudieron a ella las fascinaciones de los caminos aún inexplorados y las ganas de vivir la libertad.
Iría tras el viento, seguiría a las estrellas, allí hasta donde el alba empieza a brillar. Acompañaría a los peregrinos enamorados en tanto se prometen canciones y odas de amor.
Pero allá, ya no tan lejos, ladridos de perros y un reguero de antorchas estaban a punto de quebrar su justa libertad. ¿Qué sería de sus hijos cuando se viesen solos en un mundo injusto? Pensó.
Imploró a Shiva al Yantra y a todos los Dioses conocidos, y reuniendo valor, se embarcó en una patera.
Crujidos desconcertantes, gemidos de almas heridas… Una balsa se meció a la deriva envuelta en el secreto y mortal misterio del mar. Al amanecer todos suplicaban. Sabían que iban a morir y por eso se asían los unos a los otros en un abrazo que presentían desesperado.
De repente, de madrugada, como si alguien hubiera extendido millones de ropajes para lavar, surgió una playa de arenas blancas y limpias, en la cual desembarcó y se tumbaron. Entonces ella lo supo y lo sintió, o mejor, dejó de sentirlo. El yugo de la tiranía y el miedo había desaparecido. Había llegado. ¡Estaba en un nuevo mundo..!