Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿ Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo? Fernando Pessoa (1888-1935) Poeta portugués.
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viernes, 3 de agosto de 2007

El islote.

-I-

Se amaban. Ella lo amó desde un primer instante y él a su vez la fue amando cada día un poco más, aprendiendo a considerar su sensible carisma de mujer. Se desearon con placer, disfrutando de cada instante repartidos por los rincones de la isla. Sus brazos recorrieron las fracciones de sus cuerpos agostados, gélidos, calientes, poderosos, humanos... De seres con capacidad para pensar de forma tranquila y natural en un mundo aplastado por las devastadoras fuerzas de la iniquidad y la idiotez.

Ni siquiera hubo días plomizos de invierno, ni bochornos de verano achicharrado, con sol plomizo o lluvia fría y pegajosa que pudieran detener la solvencia de aquella pasión.
Se entendieron. Ella lo supo desde un primer instante, y él la fue comprendiendo cada día un poco más, juzgándose mutuamente, sin alterarse, sin divinidades ni proverbios, sin despegar las piernas del suelo de la isla. Donde siempre se hallaban: unidos, abiertos, sonrientes, casi enraizados, materializados en promesa de fértil vivencia...

Sin embargo algo sucedió. El tiempo, decisiones externas, incongruencias que jamás habían existido, hicieron su aparición y comenzaron a marcar su impás.
De súbito, los días transcurrían sin conseguir enlazar con el Ferry que los librara del islote de soledad en el cual se plegaron. Estaban aislados; arrinconados en un lugar solitario, enviciado y asfixiante. Sin darse cuenta se convirtieron en adictos, apasionados de su fe en ellos mismos.

Luchaban por mantener dogmas enfermizos y desgastados... Mientras, seguían tecleando textos de redención, amistad y promesa, a la espera de que el nuevo día amaneciera y aliviara penas presentes, pasadas y venideras. Recompensa a un mérito que decidiría si habían superado el listón para levar anclas y escapar del aislamiento traicionero de un lugar sin limitaciones y limitado en su conciencia.

Él tendía la mano y ella se deslizaba girando, discurriendo una y otra vez por las estrechas veredas de un islote sin márgenes aparentes. Él volvía a tender la mano, y ella pensaba y actuó por su cuenta... Era independiente, siempre lo fue. Le agobiaba ser de una manera distinta, aunque quizá todo consistiera en descifrar una clave...

¿Continuaban atrapados? No, ella podía salir. Sabía cómo hacerlo, y moverse a través del estrecho círculo del islote a su gusto; y decidió ponerlo en práctica.
Se marchó un día ni de verano ni de invierno, ni frío ni cálido. Se fue buscando ese sol anhelado que no parecía vislumbrar en el islote, su islote... ¿Querido o ya aborrecido?

Él permaneció en cuclillas, con ambos brazos extendidos; mientras trataba de conservar el aroma que jamás atrapó de ella en el exterior de su piel. La boca en un gesto torcido, desvaído... La mirada perdida, lúgubre y remisa a creer en la búsqueda que ella emprendía... ¿Para qué? Si partía a contemplar el océano desde una perspectiva a la cual él no podría acceder. Y si no contaba con él en el lugar que más anhelaba, si no deseaba estar a su lado para descifrarle aquellas claves necesarias para salir, entonces ¿prefería mantenerlo allí encerrado para siempre?

Amaneció un nuevo día. El herbazal junto al acantilado seguía siendo de un verde intenso, húmedo fresco y oloroso. En cambio, oscuros nubarrones se cernían en un horizonte más denso y lejano que nunca.

Caminó hasta el borde y se sentó. Desde aquella posición por primera vez se sintió dueño del islote. Permaneció pensativo, sin moverse, con las manos sobre las rodillas y la expresión hirsuta. Habían transcurrido dos días. Para unos quizá pueda parecer un lapso corto de tiempo pero para él significaba casi una eternidad y ella... ¡continuaba sin regresar...!

-II-

Hasta que una mañana por fin se decidió. Iba a ser su mes de reconquista y rehabilitación de promesas olvidadas. Septiembre, sería un mes de sueños que alguna vez se harían tangibles o ya nunca más…

Ella siempre, tan lejana. Pero de pronto una barrera debió de quebrarse y por fin pudo sentirla muy cerca. Lo sabía… Su vehículo estaba enfermo pero pese a todo le pidió que hiciera un esfuerzo y no le defraudó.

La mañana que partieron ninguno lo mencionó pero ambos supieron hacia donde se dirigirían. Enfilaron hacia el este y ya nada pudo contener su frontal e impetuoso tránsito. Horadaron la plana Castilla y se agitó ante su salvaje e imparable avance. Acuchillaron montañas que se les oponían, doblegaron el zig zag de duras carreteras, sortearon acantilados y cuando por fin alcanzaron el mar tampoco se detuvieron ahí.

Compró una vela y la añadió al capó de su coche y juntos navegaron el océano yendo siempre hacia el este. Katrina se apartó de su paso, Fidel Castro los vio pasar como una exhalación y ni siquiera sacó tiempo para organizar cualquiera de sus pomposas fanfarrias. En cuanto al Tío Sam ni lo miraron...

Y entonces, cierto día, desembarcó en las mismas tierras donde ella se hallaba.
Septiembre llegaba a su fin pero qué importaba sí había alcanzado su destino y allí estaba ella, sonriente, aguardando con los brazos abiertos.

El auto comenzó a estar con fiebre pero aún así cumplió su trabajo, había logrado el empeño.
Después, un triste amanecer, el coche murió.
Resultó ser un bello funeral literario y pagano; así es. Ya que su coche nunca fue católico, pero tenía un gran corazón y seguro que se encuentra en un cielo para autos.

Septiembre, un día más. Abrió los ojos y fue consciente de aquel sueño. Realmente iba a ser un mes de conquistas aunque ¿se harían tangibles en algún momento o nunca más…?

Julio 2007.